martes, 4 de marzo de 2014

la casa alejada de la colina

Había dejado los pies mojándose en el agua y una brisa pequeña y tranquila me acompañaba en la charca de al lado de la casa alejada de la colina.
No llegaba el aire del Sáhara, y las lluvias del norte nunca encontraban el sendero de piedras que llevaba al camino escondido, al lado del parque de los animales.
Solías recorrer los pasillos de musgo con tus pies descalzos y buscabas la humedad entre tus dedos.
Puedo verte recogiendo los frutos silvestres y nuestros cuerpos blancos que se alimentaban de sudor durante todo el verano.

Algunas veces lograbas cazar algún animal salvaje y lo traías a casa, donde cocinaba las horas hasta que volvías. Entonces la luz de todos los atardeceres caía sobre nosotros y volvíamos a nuestros rincones para dormir hasta el siguiente rayo de sol.

No recuerdo cuando fue la última vez que salimos de aquel lugar sagrado. Trato de recordarme a mí misma fuera de allí, pero no logro averiguar si alguna vez antes había estado fuera.
Un día, cuando seguías dormido, decidí salir a meter los pies en el agua.
En el reflejo vi mi cara y los aviones pasando. La estela era tan blanca y cortaba tan perfectamente el cielo que quise ser ella y volamos durante veintidós horas alrededor del mundo para acabar sobre lo que  en su día fue un lago entre dos montañas que iban a morir al mar.
Allí no había agua donde meter los pies y yo me pregunté qué sería de mí sin aquello que había hecho cada día de mi existencia.

No sin miedo, decidí adentrarme en los bosques, marcar mi piel con la tierra húmeda, descubrir las criaturas que allí se escondían y comer de sus manos y escuchar de sus fauces y amar de sus cuerpos.
Me sorprendí feliz en un lugar donde no entendía nada. Tanto, que por un momento olvidé el frío del agua en mis pies en verano.

Al dia siguiente y sin un motivo concreto, sin saber cuánto tiempo había pasado desde que acabamos allí, decidí volver a la casa alejada de la colina, aquella que tiene una charca, la que está al lado del parque de los animales.
Encontré el camino escondido en mitad del viaje.
Seguí las piedras marcadas, las que indicaban el camino de vuelta a casa.
Eran las mismas piedras, las piedras que conocía, las que yo misma había dejado allí, en ese lugar exacto, para saber cómo volver.
Y sin embargo al ir sobre ellas sentía que habían cambiado desde la última vez. Que ya nunca serían las mismas.
Como si a cada paso se hundieran hasta desaparecer.
Hasta impedir que alguien pudiera seguirme.
Hasta evitar que yo pudiera encontrarlas.