el la llamó borracho fingiendo que ese era el motivo
se acordaba de la última vez que la agarró fuerte y la acercó hacia sí, unos minutos antes de bajar las escaleras y recordó las tardes metidos en la cama y como se prometió no volver a aquellos sinuosos caminos nunca más.
Era un soldado herido que batalla tras batalla se iba deshaciendo.
Pensó que si seguía así llegaría el día en el que al mirarse en el espejo no vería nada más que la sombra de una silueta rancia y magullada por los daños irreparables que Marta le había dejado en su triste y apagado caparazón
Cogió la cazadora que tenía sobre la silla, comprobó que las llaves estaban en su bolsillo interior y salió a la calle disparado, como si alguien le persiguiese o como si hubiese encontrado la solución a sus problemas. Corrió durante quince minutos y después paró en seco a punto de echarse a llorar. No lo hizo.
Caminó un rato más en dirección a su casa y paró en el parque de enfrente a ver como los chicos comían pipas y ligaban con las chicas.
Se vio a sí mismo como aquellos chicos. Verano de 1996. La casa rural donde sus padres pasaban las vacaciones con parejas de amigos. Nunca iba con ellos, pero ese año tenía curiosidad por conocer a Lorena, la hija de uno de los amigos de sus padres. Lorena tenía un par de años menos, las cejas sin depilar y desde que lo vio aparecer por la puerta quiso pasar las tardes de verano con él. Por aquel entonces tenía una novia, Ana, con la que pasaba el rato.
Lorena era alegre y sonreía a todas horas.
Jugaban a la cartas por las noches, después de cenar. Le enseñó un juego en el que era su cómplice y se divertían engañando a los mayores.
Era divertida esa sensación de ser adolescente, de creerte enamorado de una forma intensa, sin más complicaciones que desear que te besen y besar y que te abracen fuerte y eso sea tu objetivo en el amor.
Lorena se moría de celos cada vez que cogía el teléfono para llamar a Ana. La odiaba profundamente y el hecho de que ella existiera eliminaba la posibilidad de que ellos algún día llegaran a tocarse.
La última noche, antes de que se volviera a Barcelona, jugaron de nuevo a las cartas. Los padres salieron y él se dejó ganar, perdió durante tres partidas. Ella se reía encantada y en cada victoria le daba un pequeño empujón que resaltaba su grandeza.
él la miraba siempre con lejanía. Realmente parecía que nunca llegaría a besarla, pero lo hizo. Un único y lento beso. Sus labios ocupaban completamente la boca de Lorena que cerrando los ojos justo antes del impacto pudo ver como la cara se deformaba antes de llegar a la de ella. Dulce y puro. Como tienen que ser los besos.
Y luego incapaz de dormir, apretaba la almohada contra su pecho y pensaba que él la seguía besando.
Volvió a casa y encendió el ordenador. Había una carpeta con el nombre de Marta en el escritorio. Puso el cursor sobre ella y lo meditó un último minuto.
"eliminar"
ojalá fuera tan sencillo
Z que bonito todo lo que escribes!! Mira que tienes talento para esto. Me encanta!
ResponderEliminarBesitos heladitos en un dia de tanto calorazo!
que dificil es hacer caso a la razón y dejar aun lado los impulsos de un corazón.
ResponderEliminarque jodido es no saber cuando se supera el límite que separa a la razón de corazón
ains...
Quizás tendría que haber llorado.
ResponderEliminarmiau
en un
tiovivo
Ojalá todos los veranos tuvieran la posibilidad de tener ese momento puro. Y al menos la dificil tarea de olvidarlos.
ResponderEliminarSaludos.
El verano del 96 fue casí tan bueno como el de 94, el título de tu blog y las maravillas que escribes -de vez en cuando ;)- me han ayudado a escribir esto: http://pensarmientos.com/2014/05/24/verano-del-94/ Te lo dedico!
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